domingo, 12 de mayo de 2013

Ficciones.(I)

"No puedo vivir sin ella", pensó la Muñeca de Trapo, mientras se acurrucaba bajo las sábanas, con los ojos abiertos, mirando a la nada en la oscuridad. Había algo de vacío, un sentimiento que no la dejaba dormir, a pesar de tener el calor de alguien más que la abrazara y le consolara diciéndole "todo va a estar bien". Ella sabía que no era cierto. Sabe que no puede estar en un mismo punto por siempre, que la monotonía se le antoja insoportable, que no puede mantenerse estable durante mucho tiempo. Se incorporó de la cama para dirigirse al baño, encendió la luz, y entonces la vio. Una mano tímida asomando desde la pared. Bajo cualquier otra circunstancia podría haberse asustado, pero no ahora, si de cierta manera la esperaba. Oculta, emparedada, olvidada... Su Monstruo en la Pared, ese cadáver intangible que la asaltaba en sueños para abrazarla y aconsejarla, aunque ella no quisiera escucharla. Durante muchos años vivió creyendo que sus delirios adolescentes eran la causa de sus apariciones, porque uno se niega a creer la posibilidad de otro "yo", de una conciencia ajena a la nuestra, en el mismo cuerpo. Pero no, ahí estaba, a la espera de que ella la tomara de nuevo entre sus brazos, dejándola libre de su prisión de concreto y ladrillos. 

Se acercó, y automáticamente acarició la mano blanca, fría y frágil que recordaba tan bien. "Te extrañé", susurró al aire. No hubo respuesta. Un poco decepcionada con esta indiferencia, continuó su camino al lavabo, donde refrescó su cara. Ahuyentar el sueño bajo estas condiciones era lo que pretendía, y regresó a la cama dispuesta a masturbarse para olvidar un poco el hecho de que se está hundiendo, y ya no sabe qué hacer para evitarlo. Cerró los ojos y pensó en ella, en su Ninfa Dormida, ésa que siempre la guiaba a explorar caminos torcidos, a ensuciarse las manos con sangre ajena, a no arrepentirse jamás de sus deseos. Sintió que la excitación empezaba a invadirla, siguiendo los recuerdos de aquí y allá, un poco de pornografía, un poco de lectura erótica, un mucho de fetichismo. Finalmente, el orgasmo, la cura para su eterna histeria auto-infligida. "Qué cosa tan extraña y maravillosa", se dijo para sí, mientras las piernas le temblaban tras la sensación que desde antes se le figuraba eléctrica, una descarga que comenzaba desde su clítoris, para recorrer sus extremidades, sus senos, y terminar en ese mismo punto. Ese momento en que se sentía sola, y a la vez, sin necesidad de nadie más. Ojalá pudiese estar así, todo el tiempo...

Fue ahí, estando tan indefensa, tan vulnerable, que sintió el abrazo gélido del Monstruo, paralizándose unos momentos. Miró su rostro, y sus ojos tristes y vacíos le devolvieron la mirada. "No me dejes." El abrazo se hizo más fuerte, lastimándola ligeramente, pero no se atrevió a quejarse. Sabía que a una palabra suya, ella volvería a la Pared, y seguiría viviendo despreocupadamente, sin necesidad de recordarla. Pero ese instinto que la orillaba a la destrucción la llamaba, junto a esa avidez de tener con quién descargar todo ese resentimiento, odio, tristeza, rabia que la estaban consumiendo. Desde ese momento, no pudo soltarla. Supo que, aunque los años habían pasado, ella era parte de su ser, y no podría matarla así como así. Volvían a ser dos las que habitaban ese cuerpo, y tal vez, sólo tal vez, si ella decidía volver al camino torcido...




Sólo así, la Ninfa dormida podría despertar otra vez. 


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