domingo, 2 de marzo de 2014

Like a fuckin' George A. Romero film.

El día en que comenzó todo, la normalidad fue la que destacó por su pesada rutina: despertar, bañarse, vestirse y alistarse para ir al trabajo. Siempre te despertaba después de que terminaba de ducharme, porque te arreglabas más rápido que yo, y me gustaba darte esa media hora más de descanso. Intercambio rápido de palabras mientras peinaba mi cabello, pelearse por el mismo espejo aunque hubiera tres en la casa. Salir, buscar un taxi, un beso rápido en los labios, irse cada uno por su lado.

Algo sucedió en ese intervalo en el que estás laborando, en el que no hay mensajes más que los necesarios para avisar que has vuelto a casa, que todo está bien, que qué bueno que te llevaron de comer, tu doble turno es pesado, no te preocupes, yo me encargo de limpiar el desmadre que dejé en la cocina. Una tarde tan normal que no pude ver las señales. Ese aislamiento autoimpuesto que me colocaba, interactuando sólo con personas que nunca podrían tocarme directamente.

Esa noche volviste distinto. Había un fastidio, una incomodidad latente en tus movimientos. Lo achaqué a lo pesado de tu día, quise abrazarte en solidaridad, y ahí empezó todo. No quisiste. Dijiste que el contacto te lastimaba y que mejor no lo hiciera. ¿Cómo iba yo a saber que algo te había herido y sólo logré remover el lugar donde estaba? ¿Cómo, si nunca me dejaste ver la gravedad de la lesión? Esa noche fue extraña. Yo no sabía, que a mi lado, en la misma cama, poco a poco ibas muriendo.

De haber sabido que ése era el último beso que recibía de tus labios, lo habría hecho durar más.

La siguiente mañana fue cetrina, apagada. Tus movimientos eran distintos, y el mundo, también, había cambiado un poco. Comencé a ver los signos, empecé a sentir miedo, sentí tambaleante mi confianza, pero aún creía en que podría encontrar una cura, creí que podría sanarte. ¡Cuántas ideas se te ocurren cuando ves amenazada tu seguridad! Pero no, la infección estaba demasiado avanzada, y en el crepúsculo de ese día pude notar que la transformación casi se había completado. 

Después todo fue lento, progresivo, definitivo. Dejaste de ser ese que yo conocí, y te volviste alguien distinto.

El Apocalipsis llegó sin que yo estuviera preparada para ello, me tomó desprevenida, a mí, la que siempre creyó estar lista emocionalmente para enfrentar algo de esa magnitud. Tal vez fue porque comenzó desde el punto en que yo pensé nunca flaquearía. Me atacó en mi parte más vulnerable, más confiada, más sensible, más expuesta. Verte frente a mí, convertido en despojo de aquello a lo que yo aferraba mi mano cuando me sentía débil, terminó de mermar mis fuerzas. Me destruyó. Todo cayó en pedazos y un dolor como nunca antes había experimentado recorrió mi pecho. Dolor físico, real. Tú ya no existías, todo lo que había construido contigo eran ahora ruinas desoladas por alguna terrible peste que provino de quién sabe qué profundidades del abismo. 

Frente a mí, sólo había un espectro. Una figura corpórea idéntica a ti, pero que no era a quien yo amé.

Una de las reglas más importantes durante una crisis zombie es que, una vez convertido, un zombie deja de ser aquella persona a la que alguna vez amaste y conociste; es ahora un ser que buscará devorarte, lastimarte sin importar qué tan profunda fue su relación, pues su único móvil ahora es esa hambre que nunca cesa, la cual intentará saciar a costa de lo que halle a su alcance. Lo que tenía ahora a mi lado era un zombie, y por más que doliera, debía destruirte.

Destruirte o dejarte ir, cualquier opción dolería, porque lo que había amado estaba ahora muerto.

Hay cierta solidaridad implícita entre aquellos que hemos perdido algo. Familiares, personas, sueños, planes a futuro. Todo aquello que se quedó en el tintero, y el limbo que precede al "¿qué sigue después de esto?". Una dolorosa mirada al pasado de los días felices y la desaparición de la seguridad que perduró por tanto tiempo. Está también la culpa que siente uno por no haber podido remediarlo, la sensación de fracaso que invade la boca con un gusto amargo, y el hecho de que ahora sólo queda enfrentar la nueva realidad, alzar la frente, enjugar las lágrimas y aceptar que, a pesar de todo, te tocó sobrevivir y debes hacer que valga la pena tu existencia. 





Voy a sobrevivir este Apocalipsis sin ti.

1 comentario:

D3 & EGOSELF dijo...

*saca la katana y le ayuda a sobrevivir*