Siempre me he preguntado en dónde me tocará vivir el fin del mundo. Bueno, si es que a eso se le podrá llamar “vivir”. Mi curiosidad está basada en la misma que sienten todos los demás: ¿estaré con mi familia?, ¿con mi novio?, ¿rodeada de extraños? Ésta última parece ser lo más probable; trabajo en una comunidad rodeada por cerros, a 5 horas de la casa de mis padres, y sólo salgo cuando es quincena, en acuerdo mutuo con los padres de familia para faltar los viernes y lunes de los días en que ésta caiga. Estando aquí, lejos de la tecnología –con la mini laptop por compañera y un teléfono celular convertido en reloj y despertador– tienes mucho, mucho tiempo para pensar. Quedan atrás las redes sociales de los interlolz, las salidas nocturnas con los amigos, las tardes acompañando a tu abuelita que lamenta la muerte de tu abuelo, las mañanas de cuidar a tu hermano y ser chofer de tu padre, tu cuñadita de 15 años y su rolliza hermana que hace chirriar tu auto cada que sube a él. Quedan atrás las noches en tu suave cama, con un colchón de verdad, que al llegar al cerro, se convierte en un frío catre de yute y madera al que una bolsa de dormir le sirve de cobija para evitar dormir “a pelo”. Acá no hay señora de la limpieza que te ayude a mantener el lugar ordenado, ni hay agua que salga de una llave ubicada estratégicamente donde has de bañarte; sólo hay cubetas y acarrear el agua hasta tu habitación, el cual al cerrar las puertas se vuelve tu ducha a jicarazos. Tener energía eléctrica por sí misma es un plus, excepto cuando se va por periodos indefinidos, haciéndote recurrir a las velas y cerillas que ya casi creías extintas por estar acostumbrado a las luces cuasiperennes de la ciudad. Pero todo, todo lo que hay en la civilización pierde sentido cuando alzas tus ojos al cielo nocturno del rancho: estrellas, satélites, constelaciones enteras,
Al Universo, por cierto, le vale madres cuándo se acabará éste, nuestro mundo. Sentada bajo el cielo nocturno, hipnotizada con el danzar de las luces titilantes de astros que se han apagado hace tanto tiempo, siento en mi piel y huesos la cercanía del fin de los tiempos, y ruego, no sé a quién, si a algún Dios, a la esencia misma de la vida, o si sólo para mí misma, que no me tomen desprevenida cuando esto suceda; ciertamente, si nos enfrentásemos a un Apocalipsis zombie, podría manejarlo mejor desde aquí, pues hay recursos, poca población, material para fortificar en caso de ser necesario, un machete afilado junto a mi cama y muchas ganas de mandar todo a la chingada de una vez. Si hemos de desaparecer por la desmedida contaminación a la que hemos sometido a
No sé dónde me alcance el fin del mundo, pero de algo estoy segura: mi último pensamiento estará dedicado a ti, sin importar en qué condiciones, en qué momento, con quién esté.
Y entonces, cantaré. Como siempre lo hago cuando algo está mal.
2 comentarios:
tal vez estaremos tan ocupados con nuestros mediadores de tecnologia, que ni siquiera nos daremos cuenta cuando llegue el momento...
¿la humanidad que plantea "THE MATRIX" se dara cuenta cuando el verdadero mundo se acabe?
como que a alguien le entro la depre de fin de año....
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