19/08/2010.

Estamos comenzando un ciclo escolar más. UN CICLO ESCOLAR MÁS, Y YO SIGO EN EL RANCHO. ¿No les parece trágico? No, porque no lo es. Si bien casi no convivo con mis compañeras, ni me llevo mucho con la gente de la comunidad, suelo pasármela encerrada en mi cuartito y sólo salgo para trabajar y conseguir agua, no puedo decir que estoy tan mal. Pero no me acostumbro. Mañana es el último día de los cursos básicos de actualización continua, ésos que todos los maestros siempre tomamos al principio de un año escolar, y de ahí, de nuevo al rancho, a iniciar clases. ¿Cómo me siento? Ansiosa. Siempre lo he dicho y lo recalco; no me molesta el trabajo, me disgusta tener que irme tan lejos a cumplirlo. Claro que es de agradecer el tener un trabajo en el cual sólo trabajas de 8 a.m. a 1 p.m., con vacaciones de semana santa, de navidad y receso de clases, sé que muchos dicen que los maestros somos unos huevones que sólo sabemos quejarnos teniendo todos esos beneficios, pero hey, yo también me arriesgo. ¿Quieren un trabajo donde estén en climita, con señal de celular, y su computadora con Internet? Entonces no sean maestros rurales, como yo. Yo me quejo de las condiciones del trabajo, no del trabajo en sí, porque sé que para eso estudié y gané mi plaza (cosa nada fácil), y me emputa más leer en el twitter cómo los oficinistas como ustedes se quejan de sus trabajitos como si no tragáramos de ellos, como si fueran nada más por diversión. Sé de una persona que le decía a otra, refiriéndose a mí: “¿cómo es que ella ya tiene casa, con sus muebles, y un montón de cosas?” Fácil: trabajando, huevones. Que últimamente hago mucho énfasis en el tema del dinero por cuestiones personales, y porque simplemente me caga que se queje el que no padece mucho que digamos.

Y ya, ésos fueron mis cinco minutos de amargada, *clap clap* lárguense.